La alimentación y las emociones están estrechamente vinculadas. Una forma fantástica
de demostrártelo es tomando como ejemplo que cuando comes un dulce estoy segura
que sueles sentirte más relajado y a gusto. Además, arriba hemos hablado que hay
alimentos que al estimular la liberación de serotonina nos permiten sentirnos mucho
mejor.
De otra forma, cuando consumimos una dieta sana nos sentimos estupendamente, en
paz con nosotros mismos ya que estamos cuidando nuestro interior, además de que a
nivel físico en el intestino existen muchas terminaciones nerviosas que envían
información al cerebro de cómo nos encontramos a este nivel, ayudándonos a
prevenir alteraciones y enfermedades físicas, el resultado de una poco sana gestión de
las emociones.
Por ello es recomendable consumir una dieta suficiente en micronutrientes, una buena
cantidad de fibra soluble, prebióticos y agua. Así cuidamos estupendamente nuestro
aparato digestivo y el que es el segundo cerebro del organismo.
En el opuesto de esta compleja relación podemos decir que una mala alimentación
puede producirnos depresión, tal es así que se sabe que una dieta pobre en
antioxidantes, rica en grasas trans y escasa en micronutrientes puede dar origen a un
estado emocional alterado
Por tanto, una mala alimentación nos condiciona a la depresión y estados de tristeza ya
que una dieta pobre en antioxidantes, rica en grasas y escasa en micronutrientes puede
dar origen a un estado emocional alterado negativamente. Nos impide conciliar el
sueño adecuadamente y de esta forma originarnos estrés y malestar físico con mayor
facilidad.
Es una relación dinámica, pues tanto la comida afecta nuestras emociones como a
la inversa. Para que nuestra salud sea la que mayor beneficio obtenga de esta
relación, claramente ninguna debe predominar por sobre la otra, sino que debe
existir un equilibrio.