Magia por correspondencia
Detrás de esta forma de pensar está la idea de que hay una correspondencia directa
entre el nombre y el objeto. Si dices el nombre de algo prácticamente ya lo tienes. No
hay diferencia entre el nombre y la cosa. Así es como pensaban nuestros antepasados
y lo cierto es que por debajo de la superficie de nuestra sofisticación moderna nosotros
también lo pensamos así. En realidad, incluso desde un punto de vista sensato, esto tiene
cierta validez porque si uno menciona el nombre de algo o de alguien, esa cosa o persona
se hacen presentes en la mente. Si digo, “Sangharákshita” ya entró Sangharákshita a esta
habitación, porque en cuanto lo menciono es muy probable que uno, de manera subliminal
o consciente, se forme una imagen de Sangharákshita en la mente y, en tanto se tenga una
imagen de Sangharákshita sentirá algo de su atmósfera y su “aura”, por decirlo así y en
cierto grado se estará en contacto con él. Lo mismo sucede con cualquier otra cosa. Tan
pronto como la mencionan la hacen venir a su presencia y la traen ante su experiencia
actual. De modo que hay mucha validez en esa forma antigua de pensar. Controlamos
al mundo en tanto que podemos traer cosas a nuestra experiencia presente mediante el
acto de nombrarlas. Es posible que notemos cómo funciona esto en nuestra tendencia a
formarnos una teoría sobre cualquier cosa. No nos gusta el misterio. Creemos que debemos
aclarar las cosas y encajarles una teoría. Cuando las atrapamos en la red de los conceptos
nos sentimos tranquilos y seguros. Ya las controlamos. Así es nuestra forma moderna de
magia. Sin embargo, ¡no sé si esto funcione o no!