En el Paleolítico superior aparece una nueva espiritualidad que se
refiere a la vida y no a dioses, diosas, divinidades o potencias. Es una visión
del mundo, de las cosas y del futuro en la cual la experiencia de sentido de los
acontecimientos de la vida humana tiene necesariamente que ver con algo
muy inmediato: la Vida. Las gentes del Paleolítico superior conocieron otro
tipo de «historia» al centro de la cual no estaba el hombre en cuanto tal, sino la
vida. La profunda fractura que se creó entre el Paleolítico y las épocas
siguientes todavía no ha sido colmada; y hasta tanto se simule que tal fractura
no existe mediante una falsa idea de continuidad en el arte, en las
espiritualidades y en los significados, no se podrán rescatar y trasladar –
poniéndolos así a disposición del imaginario colectivo actual- los contenidos
colectivos más profundos de aquella lejana época: los que conciernen al
sustrato matriarcal y al fuego. Es necesario aceptar la existencia de tal fractura
y comprender las enormes diferencias entre el Paleolítico superior y las
épocas siguientes, en lugar de forzar a toda costa una continuidad, un hilo
conductor.
Durante el Mesolítico en Anatolia y en la Media Luna Fértil
encontramos, por primera vez en la historia, tanto una espiritualidad de
carácter totémico, es decir animista, como rastros evidentes de una
espiritualidad ctónica de carácter compuesto, ambas precedentes y no
homogéneas con el resto del Mesolítico y los comienzos del Neolítico.
Sucesivamente en el Neolítico aparece de lleno una espiritualidad
animista, porque irán paulatinamente tomando cuerpo el dualismo y el
animismo que preceden al chamanismo. Porque es sólo a partir del animismo
y del dualismo que se empieza a sentir un mundo en el que todo tiene su
propria alma y en las personas se manifiesta un registro cenestésico profundo
de que el alma se puede separar: cada cosa tiene su doble o sosias, que son
fuerzas, potencias no individuales sino de conjuntos.
La capacidad de interactuar con estos dobles o potencias, que algunos
individuos tuvieron más que otros, ha dado sucesivamente lugar a lo que se
llamó chamanismo. Antes de la llegada del animismo no era posible ninguna
sensibilidad de tipo chamanístico. En la espiritualidad chamanística primitiva
siempre hay un intermediario, un intérprete que explica de dónde desciende
aquel grupo humano. El chamán, gracias a su capacidad de interactuar con los
dobles, puede acceder a una especie de depósito arqueológico y contar la
historia de aquel grupo humano; es el historiógrafo de la tribu y desde ese
depósito también puede traer curaciones.
Luego, concomitantemente a la consolidación de la práctica de la
agricultura y la cría de animales, a estos dobles se les da un nombre. Dar
nombre significaba poseer el conocimiento de ese poder, tener sobre él cierto
control.
Con el tiempo, estas potencias dotadas de nombre -que mantienen la
característica de conjuntos- comienzan a aparecer como deidades (bosques,
tierra, vegetación, cosechas y animales) que son femeninas no masculinas,
pero con una particularidad: esas diosas no eran, por ejemplo, las diosas de las
cosechas, sino la cosecha misma.12 El elemento humano aún no estaba
presente en el concepto de divinidad. Cuando se empiece luego a asociar el
acto sexual a la reproducción, aparecerá también un imaginario masculino
relacionado a la fertilidad y a la reproducción.
Mucho después, en época histórica, estos poderes dotados de nombre
empiezan a asumir características personales, a ser pensados y experimentados
como individuos para finalmente ser representados bajo forma de personas,13
relacionadas, por ejemplo, al ciclo agrícola de nacimiento, muerte y
resurrección.