puede afirmar con fundamento que la Filosofía es la
disciplina académica más antigua. A pesar de esa
realidad siempre ha sido tema de discusión, desde sus
comienzos, cuál es el objeto de su estudio. A lo largo
de la historia, varias ramas de la Filosofía se han declarado
disciplinas autónomas, y han seguido sus propios caminos.
La separación dolorosa más espectacular de todas ha sido
probablemente la que se dedica a la ciencia natural, que
comenzó a vivir su vida propia hace unos cien años. Otras
separaciones, no menos definitivas, han tenido lugar desde
entonces, incluyendo por ejemplo la psicología, la lingüística,
y la sociología. Cada vez que se produce un cisma de este
tipo, se oye el rumor de que la Filosofía muere. Se dice que
la madre no podrá superar el trauma de la separación. El curso
de los acontecimientos, sin embargo, ha demostrado una y
otra vez que el rumor era falso. La Filosofía parece ser capaz
de rebrotar siempre, y de florecer nuevamente de formas
diversas. La hija mayor de la Filosofía, la Ciencia Natural, ha
influido profundamente en la mentalidad de los seres
humanos. Su éxito al transformar todo el paisaje natural del
globo, ha sugerido a muchos que la Filosofía realmente
necesita aprender de su propia hija, dejando sus antiguos
caminos y adoptando el estilo joven, la observación, la
experimentación y la deducción. La sugerencia insinúa que,
lo mismo que la antigua noción de ciencia se ha naturalizado
y rebautizado como ciencia natural, así la Filosofía, en su
conjunto, debería también naturalizarse. Un proyecto, siguiendo estas líneas,
se inició de forma especial en Viena, a comienzos de los años mil novecientos
veinte, y sus efectos todavía perduran entre nosotros. Mientras que algunos
pensadores de renombre todavía luchan para cambiar la Filosofía en ciencia
natural, otros reaccionan con fuerza contra esa tendencia. La controversia
es muy importante para la mayor parte de la Filosofía del siglo veinte. Y
será el punto de partida para los temas que se desarrollan en este artículo.
No me centraré directamente en ese movimiento hacia el naturalismo. Más
bien estudiaré la reacción filosófica que ha producido. En la primera sección
de este artículo demostraré cómo esta reacción ha ayudado a redescubrir la
dimensión espiritual, tanto tiempo olvidada, de la Filosofía. En las otras dos
secciones, probaré con argumentos que algunos aspectos de esta dimensión
espiritual están especialmente relacionados con la Espiritualidad Ignaciana.
Hadot, principalmente como una especie de mediador entre el ideal
trascendente de la sabiduría y la realidad humana concreta. La famosa
fórmula de Sócrates: “Sólo se que no se nada”, tenía por resultado el hacer
dolorosamente obvio a los demás que ellos eran todavía menos sabios que
él. Les abría los ojos para ver su propia ignorancia, y así hacerles cambiar su
actitud ante la vida. Otro ejemplo, estudiado en detalle por Hadot, es el
Emperador Romano estoico, Marco Aurelio. En sus Meditaciones la Filosofía
es esencialmente un “ejercicio”. No es una representación abstracta del
mundo, o una interpretación de textos antiguos. Es ante todo el arte de
vivir. Como todos sabemos, las personas sufren los ataques del dolor y del
desorden, por causa de deseos y temores incontrolados. La Filosofía es la
terapia para esas pasiones no domadas, que lleva al individuo a una
transformación de su modo de vida. Estos filósofos se preocupaban de
ayudar a sus lectores a entrar en un proceso de conversión, hacia una
transformación total de su manera de vivir y de considerar al mundo. Sus
escritos estaban pensados primariamente como ejercicios espirituales,
experimentados antes por el mismo autor, y ofrecidos después a sus
discípulos como una manera de crecer espiritualmente. Su valor era con
frecuencia “psico-gogico”,
porque conducía el alma a
la “escuela”. En este sentido
la Filosofía no trataba de
aportar información sino
transformar al individuo.
Hadot explica cómo la
Filosofía antigua puede ser
mejor presentada como un
ejercicio espiritual: “un acto único, renovado en cada instante” (p. 192).
Como otros muchos aspectos de la cultura antigua, este tipo de ejercicio,
que destaca el examen de la vida, fue más tarde cristianizado. En opinión
de Hadot, “los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola no son más que
una versión cristiana de una tradición greco-romana”